jueves, 23 de febrero de 2012

Milenka

No podía existir. Era tan obvio que sonreí, mirando, absorto, las blancas palmas de mis manos sudadas. ¿Cómo había estado tan ciego? ¡Era imposible que existiera! No era más que una mujer ensoñada, creada a partir de viejos retales de colores, recuerdos de mi Rusia natal, y de olores, el olor de la primavera en San Petersburgo. Nunca más volvería a ser la misma.

¡El tártaro cabello de Milenka, brillando como el ónice bajo los rayos del sol! Su ojos verdes, risueños, mirándome y riendo, bebiendo mis palabras.

Oh, Milenka, tu moriste aquél verano, junto a mi adolescencia... Y ahora, ¿cómo buscarte sin encontrarte, en el cuerpo de otras? ¿Cómo encontrar, en tus mismos labios, aquél sabor?

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