jueves, 18 de octubre de 2012

Dioses

Desde los siglos, a través de las culturas, de las épocas, hay una única cosa que, desde el inicio de las Eras, ha acompañado al ser humano, como algo inherente en él. No, no es el ideal griego de democracia, ni mucho menos, ni la monarquía absolutista con la que soñaba el Rey Sol. No son los ideales, ni los sentimientos, ni las ideas: aquello que perdura inamovible es el afán de poder, la ambición, la dominación sobre los otros, sobre los débiles. Los humanos ansiamos un tipo de "liderazgo" similar al que se da en la naturaleza. El macho alfa gana por la fuerza su titulo grajeándose así el temor y respeto de sus inferiores -aunque semejantes-, hermanos de camada.

Para esa dominación de masas se han utilizado muchas y diversas armas, como la religión, la política, e incluso en muchas ocasiones, la fuerza. Pero la más eficaz es, sin duda, el dinero.

Basamos nuestra vida en cifras, transmutamos nuestro trabajo y esfuerzo por papeles con valor simbólico. Es tanto lo que depositamos en eso que cuando que no somos capaces de ver lo insignificante que es. Nuestra época ha divinizado el dinero. No hay pirámides donde ofrecer sacrificios a este ingrato y falso Horus, no hay ceremonias, ni mito, ni alma. Y por eso estamos perdidos. Porque creemos que si perdemos a este nuevo dios, no nos quedará nada.

Nuestro escepticismo nos ha hecho pobres, creyéndonos ricos.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Óvalos de luz


No podía creerlo. Era algo tan difícil de creer... No, no podía ser verdad. ¿Cómo? ¿Qué haría ahora?

Silenciando esos pensamientos, tapándose con las manos las orejas. Pero no se acababa. Esa voz sinuosa se restregaba por las paredes de su caverna mental. 

Imágenes la asaltaban en la oscuridad, cuando ella quería olvidar. Ese beso. La sonrisa al salir por la puerta. El portazo.
No. No, nunca más. Olvidar, eso era todo. Sólo olvidar. 

La misma escena, segundo a segundo, se reproducía en su mente sin que pudiese remediarlo. Los detalles, aquellos pasados por alto aquel momento, se multiplicaban en su cabeza. Lloraba sin lágrimas. Desesperada, quería desintegrarse, convertirse en humo de cigarro. Desaparecer.

Amanecía y la luz del sol se filtraba a través de la persiana, dibujando óvalos resplandecientes sobre el cuerpo de Alejo, que a su lado, dormía, sin poder sentirla.

No podría volver a sentirla, pues estaba muerta.

lunes, 8 de octubre de 2012

Obsesión


Otra vez aquellos ojos, negros como el carbón, profundos, dos lagos en los que me ahogo cada vez que, entre la multitud, los entreveo, mirándome a hurtadillas, de refilón, atravesándome, dañándome, devorándome.
Esos ojos tan negros, de Cristo, de procesión, me siguen a todas horas. Cuando bajo a la calle a comprar, cuando voy a trabajar, al volver a casa, al ducharme, los siento siempre, clavándose en mi nuca, siento su presencia pesada sobre mí.
Puedo parecer una paranoica. Yo también lo creo. Pero siempre los veo, esos ojos sin cuerpo, esa mirada abisal que me mata y me asusta.
No creo que pueda aguantar más está situación, el dolor y el temor es demasiado grande.
¿Quién es?

Hoy los he tenido más cerca. Los ojos. Ha sido en la frutería, estaba comprando como cada día. Esperaba sentir su presencia, como siempre, en la esquina. Pero entonces una respiración me ha acariciado la nuca y al girarme allí estaban. He salido aterrada de ese lugar, sin girarme, dejándome la compra. Al llegar a casa me he tirado al sofá a llorar y después he venido a escribir en mi blog. Quiero que se marche esa mirada. No puedo aguantarlo. Quiero que desaparezca.

Hace once días que no salgo de casa. Hace tres noches que no duermo y cinco que no como. Sé que está en la casa. Siento la presencia de ese ser de ojos inhumanos arrastrándose, persiguiéndome. ¿¡QUE QUIERES DE MÍ!?
Después de once días sin levantarme del sofá para lo más imprescindible, me he mirado en el espejo. El iris de mi ojo derecho parecía teñirse de negro desde el interior, al borde de la pupila. Estoy aterrada.
Después de eso he tapado todos los espejos de la casa. No quiero reflejarme y ver que mis ojos se transforman en los suyos. Ese ser no es humano.
Ya vuelve a estar aquí… Observándome…

Se ha encontrado el cadáver de una mujer de entre veinte y treinta años, posible causa de la muerte; suicidio.
Según la declaración de los vecinos, vivía sola y no tenía ni pareja ni familiares. Atravesaba un momento de depresión después de sufrir un accidente de coche junto a su marido, en el que éste había muerto.

Registrando el apartamento encontramos escrito con carmín de labios en el espejo del baño las siguientes palabras:

SON ESOS OJOS, LOS OJOS NEGROS, ME ATORMENTAN, ME PERSIGUEN, NO PUEDO MáS, QUE ME DEJEN, NO PUEDO VIVIR ASÍ, TENGO QUE ACABAR CON TODO, NO PUEDO MÁS NO PUEDO MÁS NO PUEDO MÁS…

Fotografiamos las palabras y las etiquetamos.
Al revolver la habitación de la chica nos dimos cuenta que había sábanas tapando unos espejos colgados en las paredes. Los destapamos para verificar si habría algún mensaje en estos. Pero no eran espejos, sino fotografías. Fotografías donde se apreciaba a la mujer y a su fallecido marido. Un hombre con los ojos muy negros…

jueves, 4 de octubre de 2012

Cita

Las risas, las adolescentes, apiñadas, abrazándose y chillando, conversaciones a gritos, y el inconfundible sonido húmedo y succionado de los besos al aire. Todo esto embota el ambiente. Pero, al fijarme bien, al buscarla con los oídos, la encuentro. Exhala un suspiro amortiguado por el dorso de su mano. Me vuelvo, giro sobre mi mismo, y al verla, suspiro también.

No me ha visto, tiene los ojos clavados en la novela que lee sin entender las palabras que tiene delante. No me ha visto, pero me busca; lanza rápidas miradas por encima del libro, entrecerrando los ojos. Niña tonta, ¿te has vuelto a dejar las gafas en casa?

Algo en ella me atrae, -¿sus ojos, esa manía de morderse los labios, o tal vez ese terror que la invade y la obliga a asirse a aquel libro, como si de un bote salvavidas se tratase? No lo sé... ¿Qué motivo tengo para desearla de tal manera?

No dejo que me vea, pero me intuye, sabe que estoy cerca y no para de buscarme, anhelosa, con la mirada.
Es muy bella. Me parece hasta ridículo lo ciega que están las personas cuando se trata de su propia belleza. Más de mil veces negó y renegó su atractivo, ese magnetismo que la rodea como un aura. 

Han pasado cinco minutos de la hora acordada. La veo consultando el reloj una vez..., y otra, y otra, con la vana esperanza de que el tiempo se pare, o recule, o avance. Al final, acepta estoicamente mi tardanza. Se le entristece el rostro..., pero solo un segundo, pues al siguiente sonríe levemente. Cierra el libro, doblando un extremo de la página hacia dentro, y lo guarda en su pequeño bolso. He podido ver el título: La Espuma de los días. Me gusta ese libro. Me trae recuerdos reconfortantes. Y tristes también.
La sonrisa de sus labios se ha marchitado ya, y se ha visto reemplazada por un triste mohín.

Sé que no debería hacerla esperar más, no sería justo.

Con paso decidido me acerco a ella. Nadie se percata de mi presencia, únicamente ella, que con sus enormes ojos marrones, me mira. Sonríe al verme y cierra los ojos mientras me inclino y beso sus labios. Cuando, poco a poco, me separo de ella, sus ojos, anegados de lágrimas, me miran sin ver. Poco a poco, con un suave exhalación de su último aliento, cae hacia adelante. Su cuerpo queda estirado, en forma de estrella, contra el suelo de tierra.

Siento las mejillas húmedas, mis lágrimas se desbordan, surcan mi rostro. 
Me doy la vuelta, y me alejo, sintiendo un dolor atroz en el pecho. Nadie repara en mi, nadie me ve.
Al ir fundiéndome con la tenebra que me envuelve, siento por primera vez, el dolor de segar una vida.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Ausencia

Sentada frete mi escritorio, bajo la mortecina luz fosforescente, inclinada la cabeza, un brazo amarrado al néctar transparente que me mantiene en el umbral de la consciencia y la inconsciencia y el otro aguantando mi cráneo, espero, en vano, que las musas me iluminen. 

Como siempre.


Me estiro perezosamente e intento concentrarme en la hoja en blanco que tengo enfrente. Tantas sensaciones, tantos recuerdos, tantos sueños… y tan pocas palabras, o palabras de significado tan limitado, que no expresaban con exactitud lo que deseo.


O eso creía yo.

Me inclino sobre el pequeño lienzo en blanco, y no se me ocurre qué escribir… Mi mano derecha comienza a trazar una senda a través del papel, dibujando lo que no me atrevía a expresar, sintiendo el corazón encogerse.


¿Cómo explicar lo inexplicable, lo innombrable? Por mucho que viviese, por mucho que podría negarlo, santificarme, exorcizarme el corazón, pero no le olvidaría.


No hay nadie que rija el destino del amor. No hay leyes que prohíban amar a dos personas. No hay magia capaz de hacerme olvidar.
Unos ojos rasgados y oscuros, de esos que suelen mirar de refilón, de los que aterrorizan con la mirada. Los otros ojos, los de mi otro él, dorados, dulces, cálidos, una puerta abierta que te invita, que te reconforta. Los unos son hielo de ébano, los otros son caramelo. Nadie me dijo a quién debía amar. Nadie decidió por mí. 


Mientras contemplo el garabato, lágrimas de tinta de mi bolígrafo, enciendo el reproductor de música. Al igual que las palabras y los dibujos, la música es conductora de recuerdos, maquiavélica compositora de tristes sinfonías melancólicas.


Reconozco la canción que suena. Shinoflow, de voz algo aguda para tratarse de un hombre, me atraviesa con sus notas que se amoldan a la perfección con la letra.

“Claro que me cambia la cara cuando eres tú quien me la giras
Llenándote la boca de mentiras, ¿por?
¿El miedo a hacerme daño?
Me lo estás haciendo cada vez que crees que me lo estás ahorrando…
Mira piensa: lléname el depósito de besos que tengo que hacer kilómetros para tenerte lejos, porque allá donde me escape, tú me sigues. Y cuando soy yo quien te busca no sé dónde vives. Será que la soledad es compañera, que no me hace compañía y me acompaña a dónde quiera que va…”

-“Escucha como el alma te susurra “tú estás tan segura de ser insegura… Escucha como el alma te susurra “tú estás tan segura de que el tiempo lo curará…””-voy cantando, casi sin pensarlo, sintiendo cada palabra en mi interior. No entiendo bien porque.


De repente me siento cansada. Dejo que la música me transporte a otra parte, a otro mundo donde no necesite pensar en las consecuencias de mis actos, donde no sea juzgada, en el que mi vida no esté regida por la opinión ajena. Cierro los ojos y me voy adormeciendo...

Me dejo caer en la negrura onírica que me va envolviendo, que me acuna, y siento una calma y una tranquilidad infinita, una calma eterna y plena, satisfactoria.

Al ir cayendo al suelo, vislumbro los pequeños botes de color azul y verde, el que hace pocos minutos antes vacié en mi copa de vodka.

TRANXILIUM 5MG