jueves, 4 de octubre de 2012

Cita

Las risas, las adolescentes, apiñadas, abrazándose y chillando, conversaciones a gritos, y el inconfundible sonido húmedo y succionado de los besos al aire. Todo esto embota el ambiente. Pero, al fijarme bien, al buscarla con los oídos, la encuentro. Exhala un suspiro amortiguado por el dorso de su mano. Me vuelvo, giro sobre mi mismo, y al verla, suspiro también.

No me ha visto, tiene los ojos clavados en la novela que lee sin entender las palabras que tiene delante. No me ha visto, pero me busca; lanza rápidas miradas por encima del libro, entrecerrando los ojos. Niña tonta, ¿te has vuelto a dejar las gafas en casa?

Algo en ella me atrae, -¿sus ojos, esa manía de morderse los labios, o tal vez ese terror que la invade y la obliga a asirse a aquel libro, como si de un bote salvavidas se tratase? No lo sé... ¿Qué motivo tengo para desearla de tal manera?

No dejo que me vea, pero me intuye, sabe que estoy cerca y no para de buscarme, anhelosa, con la mirada.
Es muy bella. Me parece hasta ridículo lo ciega que están las personas cuando se trata de su propia belleza. Más de mil veces negó y renegó su atractivo, ese magnetismo que la rodea como un aura. 

Han pasado cinco minutos de la hora acordada. La veo consultando el reloj una vez..., y otra, y otra, con la vana esperanza de que el tiempo se pare, o recule, o avance. Al final, acepta estoicamente mi tardanza. Se le entristece el rostro..., pero solo un segundo, pues al siguiente sonríe levemente. Cierra el libro, doblando un extremo de la página hacia dentro, y lo guarda en su pequeño bolso. He podido ver el título: La Espuma de los días. Me gusta ese libro. Me trae recuerdos reconfortantes. Y tristes también.
La sonrisa de sus labios se ha marchitado ya, y se ha visto reemplazada por un triste mohín.

Sé que no debería hacerla esperar más, no sería justo.

Con paso decidido me acerco a ella. Nadie se percata de mi presencia, únicamente ella, que con sus enormes ojos marrones, me mira. Sonríe al verme y cierra los ojos mientras me inclino y beso sus labios. Cuando, poco a poco, me separo de ella, sus ojos, anegados de lágrimas, me miran sin ver. Poco a poco, con un suave exhalación de su último aliento, cae hacia adelante. Su cuerpo queda estirado, en forma de estrella, contra el suelo de tierra.

Siento las mejillas húmedas, mis lágrimas se desbordan, surcan mi rostro. 
Me doy la vuelta, y me alejo, sintiendo un dolor atroz en el pecho. Nadie repara en mi, nadie me ve.
Al ir fundiéndome con la tenebra que me envuelve, siento por primera vez, el dolor de segar una vida.

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