Perdida entre el humo azulado de los cigarrillos que fumas, que consumes entre tus finos labios de cuchilla, me hundo. Con el suave aroma de la menta y la hierbabuena caigo en una ensoñación violácea, magenta y añil, que transporta mi esencia incorpórea y la transmuta, cambiándola y deformándola. Y aunque no estoy, sigo estando, pues te veo, aquí, delante de mi, aún fumando, dejando escapar el humo en espirales a través de las fosas, cerrando los ojos con cada calada y tirando con un gesto leve la ceniza en el suelo. Estoy aquí, pero también estoy allá, en el añil, mezclándome, muriendo cada segundo y resurgiendo.
Te acercas a mi, pero a la vez te alejas -de mi, de mi otro yo, de la esencia perdida en lo etéreo-. Alargas la mano y me acaricias las mejillas, pasas tus dedos por mi rostro, mis labios, y siento como se eriza cada vello de mi cuerpo al tu contacto eléctrico. Me besas y abrazas y yo siento que me deshago. Me desintegro.
Abro los ojos y ya no soy yo, ni tu, pero seguimos siendo. Allí, en el añil, mezclados, junto al humo de tus cigarrillos, con el olor de la menta y la hierbabuena.
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