miércoles, 17 de agosto de 2011

Erniel, el principio

Capítulo 1: Jaque a la reina

Los ojos negros de Korall chocaron contra el verde de la mirada de Elogra. Se observaron, midiéndose la una a la otra. La Inerku empezó a girar lentamente alrededor de la reina. Se movía con elegancia y prudencia, como una leona al acecho. 
Elogra, por su parte, la esperaba, siguiendo cada paso de la Nigromante con los ojos. Fue la primera en hablar.

-Bienvenida a mi hogar,  espero que te hayas sentido cómoda e integrada.-dijo, con una amarga sonrisa pintada en la cara. -¿Quieres una copa o prefieres algo para picar?

-Elogra, siempre has sido demasiado arrogante. ¿No te das cuenta? Vas a morir. Deberías huir, o pedir clemencia. Si me interesa, puedo ser clemente.

-No venderé a mi pueblo por mi vida.

La reina Oscura la miró, medio divertida.

-Morirás igualmente, ¿crees que estos humanos, este “pueblo” tuyo, recordará los actos de presunta bondad de su reina? Te recordaran con rencor, con lastima…

-Menosprecias el valor de un sacrificio honesto.

-¿Sacrificio?- la cara de Korall se desfiguró en una mueca enloquecida de odio- ¡YO SOY LA QUE DECIDE MATARTE, SOY YO LA QUE TE TENGO ENTRE LA ESPADA Y LA PARED!

-No Korall, eres tú la que está entre la espada y la pared. No puedes entenderlo…

La crispación de la nigromante era más que evidente. Sus ojos estaban desorbitados, inyectados de sangre. Su boca, medio abierta, exhalaba la respiración irregular de la reina. Toda ella temblaba de ira. ¿Cómo se atrevía esa elfa en hablarle así? A ella, la gran reina Nigromante, la Inerku, Korall Inemisky. No podía permitirlo. Se estaba riendo de ella. No la creía rival. 

Rápida como un rayo, desenvainó su espada y se dispuso a atacar. Un destello plateado se interpuso a su golpe y pudo ver la cristalina espada de Elogra entre las dos. Miró a los ojos a su contrincante, que no parecía alterada. Al contrario, su expresión era relajada y tranquila, aunque fruncía levemente el entrecejo, como si pensará un movimiento en una mesa de ajedrez. Korall volvió a atacar, cada vez más furiosa.  La reina de Areox paraba estocada tras estocada de la furibunda Nigromante, que parecía agotada.

La reina Negra se lanzó, con un grito salvaje, contra Elogra, en un intento desesperado de dañarla. Solo consiguió cansarse más. Elogra, con una finta elegante, se apartó del trayecto de la espada azabache. 

-Aún te queda mucho por aprender, Korall. Que lastima que hayas elegido otro camino. Podría haberte enseñado como emplear tu gran poder, mayor incluso que el mío. Pero ya es muy tarde…

-Cállate, vieja  bruja…-masculló entre dientes, mientras lanzaba un ataque al flanco de Elogra, que contraatacó rápidamente. 

Korall intentó esquivar el mortal acero plateado que iba derecho a su cuello, pero al hacerlo, sintió un dolor electrizante en el ojo derecho al mismo momento que todo se volvía negro. Impactada, se llevó, automáticamente, una mano al lugar, pero solo notó una sustancia líquida y viscosa. Se miró la mano: era sangre. Medio tambaleándose, se puso en guardia. Elogra, fríamente, se había vuelto a lanzar contra ella. Antes de que la espada de la reina tocase su piel, Korall murmuro protgo y un fino velo la protegió del golpe.

Al momento, la reina Blanca señaló a su némesis con la espada. 

-Daraj in coren- conjuró, mientras unas finas flechas de agua brotaban de la espada.

La Nigromante esperó, aún con la coraza etérea a su alrededor, a que la lluvia de flechas le cayese encima. Tirando el cuerpo hacia delante, dejó la coraza atrás, donde iban cayendo las saetas blancas, y velozmente se lanzó contra Elogra. Varias flechas se clavaron en su cuerpo y la dañaron, pero Korall estaba cegada.

-¡Sigues sin entender!- gritó la reina areoxiana, mientras lanzaba de sus manos unas bolas multiformes de color blanco-¡No, no y no! ¡Tú magia no es nada para mí, porque no sabes usarla!- la espada platina rechazó los golpes de Korall, hasta que, en un descuido de la Nigromante, la hoja de Elogra se hundió en su hombro izquierdo. El grito de la reina Oscura resonó por toda la estancia.

-¡CÁLLATE!- gritó Korall- ¡CALLA, CALLA, CALLA, CALLA…! 
La sangre manchaba su vestido, le iba cayendo por el cuerpo. Su brazo herido no le respondía. Sentía rayos en la articulación. Parecía una marioneta, con los hilos rotos. La  mitad de su cuerpo colgaba de forma grotesca. Se aguantaba inestablemente sobre las piernas, que, temblorosas, amenazaban con dejarla caer en cualquier momento.

Empezó a murmurar algo para sí misma, y la sangrante herida del brazo se contrajo y empezó a cerrarse, hasta que en la superficie de la piel apareció una costra oscura y grande.
Extrañamente, Elogra no se movía. Parecía expectante, cautelosa, como si esperara que la mujer que tenía enfrente se transformase en dragón. Korall estaba demasiado chocada para darse cuenta de aquello. 

Volvieron a chocar la una con la otra. La espada de Elogra refulgía manchada con la sangre de la Nigromante. Algo en su interior se iluminó al pensar que, tal vez, solo tal vez, el destino no estaba escrito. Podía ver perfectamente la victoria. Pero entonces sintió otra presencia en la habitación. 

Una sombra sigilosa se deslizó por la puerta, hasta llegar al escritorio. Se quedó allí agazapada. Korall miró a su oponente. Parecía que la reina de Areox no se había dado cuenta, aunque una fina sonrisa se dibujó en su cara. Una risa amarga.

A Korall no se le escapó ese detalle. En un último momento, se lanzó contra Elogra, desesperada. El filo de su espada vibraba, como si anhelase la sangre de la reina Blanca.

De repente, la sombra escondida salió a la luz. El joven muchacho de cabello azul, Edmund, estaba allí, de pie, empuñando una daga curvada. 

-¡Por la Inerku!- gritó, mientras se dirigía hacia la espalda de la reina Blanca. Esta se giró e interpuso su espada al puñal del chico. Pero no pudo parar a Korall.

Lanzó un suspiro de sorpresa al sentir el frio inhumano de la hoja negra en su interior. Se miró el pecho. Allí, palpitando, estaba la espada, atravesándola. 

Con un gesto brusco,  la Nigromante se deshizo del cuerpo de la reina y lamió la sangre del florete. Sabía a hierro y estaba caliente. El cuerpo de la reina se estremecía y sangraba lentamente. Formaba una curiosa figura en el suelo blanco, con las telas del vestido extendidas y los rizos del cabello abiertos y despeinados. La vida se le escapaba con cada gota de sangre. 

Elogra, agonizante, pronunció tres palabras antes de morir:

-Erniel… él es…-sollozó, con una sonrisa dibujada en el rostro.

Korall, escuchó sin entender esas palabras, mientras clavaba sus ojos en Edmund. Este, apartó la mirada de su reina y observó el cadáver que nadaba en un charco de púrpura en el suelo.


El ejército de la Nigromante cargaba contra los soldados areoxianos. Parecía que los Nigromantes habían acabado con la inmensa mayoría del ejército aliado. Gran parte de la muralla norte de la ciudad había sido derribada, y la roca y los escombros se mezclaban con los cuerpos de los muertos. La sangre se extendía por la tierra.
Muchos de los comercios y de las casas tenían el tejado ardiendo, y el fuego se iba extendiendo por Areox. Fuego, sangre y gritos recorrían la capital de Irloäk. 

Los bramidos de los superiores dando órdenes amortiguaban el ruido metálico de las armas chocando. Otra catapulta disparó. 

-¡Comandante!- un hombre alto, fornido y basto se dirigía a una figura mucho más pequeña que él. Tenía el cabello rubio platino y los ojos extrañamente azules. Miró preocupado al soldado que llamaba su atención.

-¿Sí, teniente? ¿Dónde está el resto del pelotón? ¿Y los magos? 

-Es el fin, todos han caído… Yo… me preguntaba si podía ir a despedirme de mi familia…

Erniel recordó la cara desencajada de Elogra, en el balcón del castillo y cerró los ojos.

-No,- sentenció- todos tenemos familia, pero por eso estamos aquí, dando la vida por ella. ¿Tal vez eres un cobarde?

El oficial le aguantó la mirada al joven, hasta que no pudo soportar los ojos de agua gélida que lo miraban.

-No, señor, no soy un cobarde… Siento haber preguntado…

-Vuelve a tu posición, teniente.-dijo Erniel, dándole la espalda. 

Estaba sobre los escombros de una panadería. Aún se aguantaba el letrero, medio calcinada, donde se podía leer; Panadería Lindar, desde Yrrett a Areox por vuestro consumo. Desde allí podía ver lo que ocurría prácticamente en toda la ciudad. Y lo que estaba viendo no le gustaba. El ejército de Korall ganaba terreno, los estaba obligando a retroceder. Las bajas eran de cientos y cientos de soldados fieles a Elogra, y la destrucción enorme. No habían previsto que habrían goblins, esos malditos piel-verde amantes del fuego. Podía verlos saltando por las casas y prendiéndole fuego a todo. Sus cuerpos eran delgados y de extremidades largas. Esa cara simiesca sin pelo le inspiraba repugnancia, y sus manos ganchudas y frágiles de tres dedos estaban provistas de ganchos metálicos muy poderosos y difíciles de esquivar, gracias a la rapidez con la que se movían.

Uno de aquellos seres, que saltaba de tejado en tejado, a unos veinte metros de él, se le quedó mirando. Sus ojos alargados eran dos finas rendijas en un rostro anguloso. No tenían pupila y se parecían a los de un insecto, irisados y brillantes. Repulsivos. El goblin dibujo una sonrisa maliciosa en su rostro y sus manos se contrajeron, brillando tenuemente bajo el sol de la mañana, que iluminaba un cielo azul y fresco. De las pinzas del aquel mono verde, salió una lluvia de bolas de fuego que iban derechas a Erniel. Este cerró los ojos un segundo. 

Cuando las bolas de fuego se precipitaron encima de él, el joven ya no estaba allí. El goblin miró a su alrededor, pero Erniel fue más rápido. Sin hacer ningún ruido, clavó su espada plateada en el pecho desnudo de la criatura. El ser lanzó una última exhalación y murió. El joven sacó la espada del cuerpo y miró, con curiosidad, la sangre violácea la que ensuciaba.
Erniel no lo sabía, pero en aquel momento Elogra, su maestra y su única familia, decía su nombre.

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