lunes, 25 de julio de 2011

Erniel, el principio

Prólogo: El enfrentamiento


Cuando el momento llega, lo sabes. Lo sabes antes de que llegue, lo sientes como una premonición entre las costillas, en el pecho. No se equivoca nunca…


El sol ya despuntaba, cuando el silencio se rompió con el estruendo de cientos de tambores que, en unísono, tocaban una procesión. En el horizonte se dibujaron miles de manchas negras, imponentes y beligerantes. En las almenas, los vigías, se dieron cuenta, de que todo estaba perdido.

En la muralla se extendió la alarma. La fortificación de Areox se llenó de bullicio y soldados armados. Las voces de los superiores dando órdenes. Prepararon las balistas y las catapultas para frenar el avance del ejército enemigo. Solo frenarlo. Sabían que no podrían ganar.


De entre las filas enemigas surgió una pequeña figura montada a caballo.
Tenía el cabello larguísimo y negro como el ébano y su piel era nívea. Parecía casi una adolescente, con sus diminutas manos y una cara angelical. Pero los ojos la delataban. Ojos oscuros, cansados, inyectados de sangre. Ojos malvados... De maldad...

Era Korall Inemisky, la Bruja Negra, la Reina Nigromante.

Los soldados areoxianos se escalofriaron al verla. Tan bella, y sin embargo, tan cruel…
De entre las filas enemigas fue in crescendo un grito salvaje de furia contenida, clamando por su alteza: ¡INERKU!

Se habían desplegado tanto las defensas mágicas como las físicas, pero todo daba a entender que la derrota estaba servida. Algo en el aire anunciaba la caída de la reina de Areox.

La reina Elogra salió al balcón del Castillo de Cristal. Su alta y blanca figura se confundía con las paredes del palacio. En su pálido semblante se dibujaba la preocupación y la duda. Unas suaves líneas se dibujaban en su frente y sus ojos verdes se teñían de tristeza. Su rostro era joven, pero al igual que a la Inerku, las experiencias vividas habían marcado sus ojos.

Ella en persona había ordenado a su corte que se alejase del castillo. No quería que hubiese pérdidas innecesarias. También ordenó a sus magos que protegiesen la ciudad. 

Respiró profundamente. Aún podía oler el rocío que había caído sobre Areox la noche anterior. El ambiente húmedo y pegajoso se le enganchaba en el vestido, en los largos rizos castaños y en la piel. Tenía frío, aunque no era solo por la humedad. En su interior, aprisionándola, se encontraba la certeza de su muerte. Moriría. Lo sabía desde el primer momento de ver a Korall, ya hacía veinte años, en el Bosque de Ignur, cuando aún no era reina. Recordaba con exactitud la aversión que sintió hacia ella en el instante que sus ojos se encontraron. 
La madre de Korall era Gabion, la sacerdotisa de Herikan, diosa de la naturaleza y patrona de los elfos. Era una persona respetada en Ignur, y hasta en el resto del archipiélago la conocían. Por eso fue toda una noticia cuando se descubrió que tenía una hija con, ni más ni menos, que Arshiuz, el desterrado rey de los nigromantes. La sacerdotisa siempre mantuvo a su hija alejada de las artes mágicas, pero tenía poder, tenía magia. Y fue entonces cuando, al contar la niña siete años, Arshiuz se la llevó. Y la convirtió en aquello que liderando el Ejército Negro, derrocarían a Elogra.

Una voz femenina y sensual, grave, como el ronroneo de un gato, apartó esos recuerdos de la mente de la monarca.

-¡Elogra! ¡Vamos, Elogra, da la cara! ¿O dejarás que tus perros mueran por ti? ¿Es eso lo que deseas? Ah, claro, no quieres correr ningún riesgo, ¿no es así? ¡Tú pellejo vale más que el de estos humanos, estos que darán la vida en balde por una reina arrogante y temerosa del destino!

Los vigías temblaban de ira, y muchos miraban, inseguros, el balcón donde su reina observaba. ¿Era cierto todo lo que decía aquella mujer endemoniada? ¿La reina Elogra temía solo por ella?
Un murmullo se extendió entre los soldados areoxianos, cada vez más perplejos.

-¡Hasta la maldita Inerku lidera su ejército de diablos! ¿Dónde está nuestra reina?- se oyó decir a un general.

Los comentarios desmoralizadores hicieron flaquear la defensa. Elogra se dio cuenta que aquello era lo que Korall deseaba.

-Areoxianos,- empezó Elogra con voz potente y calmada –que la esperanza no desfallezca. No os pido que luchéis por mí, os suplico que luchéis por vosotros, por vuestras familias, vuestros hogares, vuestra vida. No os dejéis envenenar por esa víbora.

-¡Bravo Elogra!- contestó la Nigromante- ¡Tú sí que sabes motivar a tus soldados! Qué lástima que eso no vaya a evitar que mueran bajo las plantas de mis pies, como si fuesen gusanos asquerosos, que en el fondo es lo que son. Una plaga, un veneno.

-¡Cállate arpía!- grito el mismo general que, momentos antes, despotricaba contra Elogra.

La Reina Negra miró un instante a aquel personaje. Era un hombre de mediana edad, de rasgos toscos y cabello largo y greñudo. En sus labios de dibujó media sonrisa letal. Señaló al general con la mano derecha y antes de que este pudiese reaccionar, soltó un grito de dolor que resonó en todas las islas de Enal. 

Cuando Korall dejó de señalarlo, el general fue cayendo poco a poco al suelo, inerte y sin vida.
Alguien se adelantó y retiró el cuerpo del general.

Elogra, en el balcón, lloraba de impotencia. Era injusto. Debían ser ella y Korall solas, cara a cara. La muerte de inocentes no entraba en sus planes.

Pareció que Korall pensaba lo mismo que ella, porque se giró a sus hombres para hablarles.

-No empecéis la batalla hasta que yo haya entrado. Así tendréis asegurados el camino al castillo.

Un joven atractivo, de cabello largo y añil, dio un paso hacia su reina.

-Por favor, su majestad, dejad que yo ocupe vuestro lugar. Si la elfa os daña, yo no podría continuar viviendo.

-¿Eso quiere decir, Edmund, que crees tener más poder que ella, y por consiguiente, que yo?- rebatió la Nigromante, con la muerte pintada en los ojos. El joven palideció bajo sus pecas. No debía tener ni diecisiete años. Se tiró a los pies de su gobernante y empezó a besarle el bajo del vestido.

-Por favor majestad, yo no quería ofenderos… Perdonadme, no soy digno de vos…- dijo el joven con la voz impasible y calculada.

-Claro que no, niño,- le escupió Korall. Dibujó una sonrisa al descubrir que su aprendiz era tan capaz de controlar sus emociones- pero me sirves bien y tienes un gran poder como nigromante, así que no te mataré… Por ahora…

Elogra, mientras tanto, había conseguido impedir el paso a la parte sud de Areox, donde estaban confinados  los ciudadanos.

Sus soldados se reagrupaban. Los arqueros se preparaban para atacar y la infantería aseguraba los portones de la muralla norte. Por eso todos se quedaron congelados cuando Korall avanzó y partió el gran portón de un rápido movimiento de espada. La puerta se deshizo, como la mantequilla. Solo quedó una masa colgando en los pernios de metal.

Petrificados aún, vieron como la Reina Oscura caminaba lentamente, elegante y altiva, hacia el castillo. La larga falda negra ondeaba, enganchándose en su esbelto cuerpo. Inconscientemente, habían formado un corrillo a lado y lado de Korall, dejándole el camino libre. Se habían dado cuenta que, por mucho que lo intentasen, ellos no eran rival para aquel ser, aquella mujer sin alma.

La cara de la Nigromante parecía una máscara inexpresiva, pero dentro de ella, la emoción recorría cada milímetro de su cuerpo, la sangre hirviente transitaba por sus venas. ¡Por fin había llegado el momento!

Pasó su mano por el brocado plateado del corsé negro. Serpientes y dragones se entrelazaban formando extrañas figuras. Serpientes estrangulando dragones, lamiéndolos, acariciándolos. Se daba cuenta que los soldados areoxianos la miraban con temor, casi con reverencia. Rió para sí misma.

Un par de pasos y estaría frente las puertas del castillo. Que gran victoria para sus seguidores. Que gran satisfacción matar personalmente a aquella reina, esa que hacia odiarse a sí misma, que le hacía aspirar a más.

Una figura se interpuso entre la puerta. Al principio no reparó en él, pero al ver que no se apartaba, lo miró. 

Era joven, y muy atractivo. Tenía unas facciones delicadas, esculpidas en mármol. Sus ojos eran imposiblemente azules y su mirada glacial. Su vestimenta era noble, aunque había algo indómito en aquel muchacho. Sostenía el mango de su espada con la derecha, y con la izquierda absorbía energía para un ataque mágico. Sus labios se movían sin pronunciar palabra.

Korall no pudo reprimir una carcajada, aguda y extrañamente siniestra. Clavó los ojos en aquellos dos charcos, que la continuaban mirando, rencorosos.

-¿Qué pretendes, chiquillo?- preguntó la Reina Oscura. El chico no se inmutó. Korall comenzaba perder los nervios.- Apártate, chico.

El joven paladín continuaba invocando calladamente, sin pestañear.

-¡ERNIEL!- Un grito resonó por todo el reino. Elogra estaba apoyada en la barandilla del balcón, con el rostro contraído por la preocupación y el miedo. El mago cerró los ojos y apretó los dientes, y antes de desaparecer entre los miles de soldados apostillados al lado del castillo, le lanzó a Korall una última mirada letal y gélida.

-Vaya, vaya, Elogra, creo que he infravalorado a tus mascotas…- susurró casi para sí misma la reina, con media sonrisa en los labios.-Esto se pone interesante…

La Nigromante colocó una de sus largas y rojas uñas sobre los bastos portones de madera. Allí donde había entrado en contacto, la madera empezó a resquebrajarse como una hoja seca bajo los pies de un niño.

Entró al castillo con majestuosos aires de princesa afectada. Se sabía vencedora.

Nunca había estado en aquel palacio, le pareció menos luminoso de lo que esperaba. La decoración era sobria, y las alfombras y tapices apenas tenían bordados.

Subió la gran escalinata de vidrio que la conducía a una sala hexagonal llena de estanterías llenas de libros y un gran escritorio de ébano trabajado minuciosamente..

En el centro de esta se erguía, desafiante, la reina Elogra.

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